La escena de la música electrónica en Argentina siempre fue mucho más que beats y sintetizadores. Desde las raves en galpones de los noventa hasta los festivales masivos y los clubes boutique que hoy marcan tendencia, el país ha sido una usina de creatividad constante. Pero lo que sucede en la actualidad va más allá de una simple renovación estética o generacional: estamos frente a una auténtica explosión de talento, diversidad y proyección internacional que merece ser contada.
Del underground al radar global
A nivel global, la música electrónica viene atravesando una etapa de consolidación donde lo independiente, lo identitario y lo experimental toman cada vez más protagonismo. Y Argentina no solo sigue esa tendencia: la lidera a su manera. Lo que antes era un nicho alternativo hoy ocupa titulares, carteleras y playlists en todo el mundo.
Detrás de ese fenómeno hay una nueva camada de artistas que combinan formación técnica, sensibilidad estética y una visión global. Muchos de ellos nacieron en plena era digital, donde mezclar estilos es tan natural como compartir loops en Discord o tracks en SoundCloud. Esta nueva generación —que no responde a etiquetas rígidas como techno, house o minimal— está reformulando el sonido electrónico argentino con una libertad que antes parecía impensada.
Las caras (y sonidos) del futuro
Entre los nombres que están marcando el pulso actual, destacan propuestas como Cecilia Gebhard, con su techno hipnótico y emocional que ya recorrió cabinas en Berlín y São Paulo; Valentino Mora, que desde Francia vuelve a conectar con el público argentino a través de sets envolventes, entre el ambient y el techno profundo; y MECH4, una de las revelaciones del último año, con un live set que mezcla breakbeat, electro y visuales de estética glitch postindustrial.
En el plano más experimental, Agustín Genoud viene desarrollando una obra que combina música algorítmica, procesamiento vocal en vivo y performance con IA, algo que ya llamó la atención de medios especializados en Europa. Mientras tanto, colectivos como HiedraH o Femicid siguen trazando espacios seguros, bailables y combativos desde el under queer, cruzando cumbia digital, reggaetón mutante y electrónica noise.
Clubes y colectivos: los nuevos templos del beat
Si algo define a esta nueva escena es la autogestión. La mayoría de los artistas emergentes no espera una validación institucional: crean sus propios sellos, organizan fiestas, impulsan residencias y curan lineups sin intermediarios.
Espacios como Cocoliche, La Tangente, Requiem, Krakovia (en Córdoba), o Club Paraguay, son hoy plataformas clave para el desarrollo de nuevos talentos. A eso se suman ciclos como Exo, Reset Club o Mutek AR, que si bien tienen trayectorias distintas, comparten una mirada que va más allá del baile: buscan generar comunidad y conversación.
El modelo de club como espacio cultural total, con curaduría artística y compromiso social, empieza a consolidarse. La pista ya no es solo un lugar para bailar, sino un territorio de experimentación y expresión colectiva.
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